
De esta manera, en el decenio mullet disfrutamos de la "Golden Age" de los chicles azucarados. Trident, Trex y Orbit no tenían nada que hacer ante los grandes del azúcar de antaño, que utilizaban formulas poco convencionales para conseguir el sabor eterno y la elasticidad perfecta para hacer globazos de nivel cósmico que siempre terminaban reventados en nuestra jeto y/o lacia cabellera. ¡Un ascazo pero exquisitamente delicioso! Estas belcébicas corporaciones no eran ni más ni menos que Boomer y Bang Bang, dos grandes entre las grandes, que enriquecieron las arcas de los dentistas ochenteros con una combinación de sabores infernales y azúcar por un tubo.
Bang Bang posiblemente tenía una mayor calidad globuna (grandes aerostatos de fresa-plátano), pero Boomer poseía el mayor repertorio de sabores imposibles que se conoce hasta la fecha (natillas, fresa ácida, mandarina, melón, coco y un sinfín de frikisabores repletos de dañina azúcar perfora-muelas). Después existía una tercera categoría llamada los "chicles-cuchillo" que habitualmente eran de fresa-pocha y venían con pegatinas del Equipo A, V o El Coche Fantástico. Estas maravillas eran puras rocas orgánicas, endurecidas por el paso de los meses en kioscos de mala muerte, y cuando eran introducidas en nuestra boca pasaban a convertirse en peligrosas gillettes chiclunas que rajaban sin piedad nuestro paladar y/o bóveda palatina.
Por desgracia, el paso del tiempo y las rígidas normas alimentarias y sanitarias a las que nos vemos sometidos desde hace una década han ido apartando estas bombas calóricas de circulación. Ahora nos tenemos que conformar con ridículos chicles con sabor a gatete chico y sin azúcar, tal y como recomiendan los dentistas de las pelotas. Para más inri, el elemento principal de esta nueva modalidad de sanos y aburridos chicles es el sorbitol, que en cantidades elevadas produce un placentero efecto laxante. ¡Para cagarse!
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